Lo interminable tiene naturaleza de Universo, pero forma de virtud humana; la imaginación de los escritores de ciencia ficción ha puesto de relieve sueños y fantasías, que en su intangibilidad, sirvieron para inspirar el futuro que hoy transitamos y al que ensoñamos y tememos al mismo tiempo. Desde las páginas amarillentas de la revista Galaxy Science Fiction, Frederik Pohl engalanaba a la ciencia ficción con historias imposibles, que luego potenciaba a través de su prolífera lista de libros y otras actividades siempre relacionadas al género que lo cobijó desde pequeño. Esta semana, aquel hombre que supo dar vida al Niño de las estrellas, que no vivía en Marte ni era de raza Heechee, dejó de existir a sus 93 años dejando un legado inmenso, junto a una tarea de difusión de la ciencia ficción que supo heredar indirectamente en tantos otros autores más modernos.
La participación en revistas como Astonishing Stories y Super Science Stories sentaron las bases para que en 1959 fundase Galaxy Science Fiction e IF, con las cuales ganó el premio Hugo durante 3 años seguidos. Desde allí, la difusión de la ciencia ficción adquirió un impulso considerable, con la cual él también ofrecía su punto de vista de la vida y la sociedad. Con una mirada crítica y satírica (valga la redundancia) hacia el consumismo y la propaganda de los años 50 y 60 o más tarde con los problemas ambientales, algunas de sus novelas levantaron ciertos silencios cómplices y siempre se mostró como un autor comprometido con su tiempo y su país. Por ello es que también escribió algo de ciencia política y dio clases en universidades sobre el uso de la ciencia en la literatura. En un tiempo se hicieron conocidas las leyes de Pohl, que indicaban que “Nadie está siempre preparado para cualquier cosa” y que “Nada es tan bueno que alguien, en algún lugar, no lo va a odiar”, lo que sería una especie de antecedente intelectual del “haters gonna hate”.
Fuente: Neoteo
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