Nada menos que Domingo Russinyol y Alberto E. Molina, hombres que dejaron huellas profundas en la cultura cubana. Terminada la escuela primaria, Carnot Veulens pasó a la enseñanza secundaria, Instituto que dirigía en esa fecha don Eduardo Díaz, otra figura para recordar. En el año 1901, Carnot se graduó de Bachiller.
Prosiguió sus estudios universitarios con férrea voluntad. En 1905 es ya odontólogo y continúa su vida en el Alma Mater hasta finalizar la carrera de Medicina en el año 1907.
En esa afanosa marcha hacia la realización de su vocación médica, el doctor Carnot tuvo tiempo para dedicarse a la música, por lo que formó parte de la Banda Musical del Cuerpo de Bomberos de Matanzas. Esa inclinación por el Arte no me extraña en un médico cubano. En las primeras décadas de nuestra vida republicana fue habitual que los médicos fueran personas cultas, capaces de tocar varios instrumentos musicales. Mi propio padre, también médico, dominaba la guitarra y algo de piano. A nadie asombraba tal facultad, que constituía un motivo más de orgullo para sus localidades de nacimiento. Entonces, la profesión médica era la culminación de una cascada de conocimientos a los que no podía ser ajeno el arte en sus diversas manifestaciones.
Cuando el doctor Carnot Veulens concluyó la tarea de su vida, comenzó su sacerdocio. Ejerció como interno en el hospital de Matanzas; también fue médico de diferentes gremios obreros, siempre junto a los más humildes, los desposeídos; igualmente se desempeñó en instituciones privadas como La Fraternal y el Sanatorio Cuba.
Ganó varios premios en sus estudios médicos, y, además, fue autor de publicaciones notables para su tiempo, acerca de diversos temas clínicos como los embarazos extrauterinos, entre otros. El doctor Carnot estaba preparado para enfrentar nuestra difícil y muchas veces ingrata tarea: evitar enfermedades, hacerles frente y vencerlas, aliviar cuando no se puede hacer otra cosa y consolar cuando todo se pierde.
El doctor Carnot constituyó una familia al contraer matrimonio, en 1910, con la señorita Felicia Rodríguez Miranda, de cuyo enlace nacieron cinco hijos, cuatro hembras y un varón, Armando, con cuya amistad me honro.
Muy profundo caló en la conciencia popular la labor de este hombre, honesto en su trayectoria vital e insigne en el ejercicio de su profesión. En 1916 el doctor Carnot ganó, por amplio margen, la alcaldía municipal de Matanzas. Su generosa dedicación a la salud de los más necesitados y su prestigio profesional, alcanzado a golpes de magnánimos esfuerzos, le llevó a ese cargo público. En él se desempeñó, con eficiencia y probidad, hasta el año 1920, compartiendo sus obligaciones oficiales con sus responsabilidades profesionales y su condición de vocal de la Federación Médica de Cuba, en Matanzas.
He asistido a entierros donde la escasa concurrencia no ha alcanzado para levantar el féretro. Pero todo lo contrario ocurrió en su sepelio. Allí acudió casi toda la población matancera, dolida y consciente por la pérdida de uno de sus mejores hijos. Viene a mi mente la figura y la obra del eximio poeta español Antonio Machado; su tristeza ante los avatares de la vida, “triste, cansado, pensativo y viejo”. Creo que el doctor Carnot no murió entristecido, tampoco viejo; pensativo y cansado, quizás.
Vuelvo a Machado y rememoro sus versos inmortales: “y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Desnudo de riquezas materiales, pero arropado por el cariño, la gratitud de su pueblo y la sana admiración de quienes le conocieron. No pudo pedirse mejor epílogo para la vida de un médico que “el médico de los pobres”.
Por. Dr. Guillermo Franco Salazar.
Fuente: Blog de Medicina Cubana
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