Se envolvió en su bata de aterciopelada tela de color celeste, quitó la toalla de su cabeza y peinó sus cabellos suavemente comenzando con un gracioso peine de dientes enormes y acabando de acomodarlo con sus dedos.
Desayunó con calma junto a su marido. Revisó sus correos, leyó el diario, llamó por teléfono a su madre, la llamaron sus hijos y luego eligió su ropa y se vistió para ir a su clases diarias de gimnasia y quizás también, realizar algunas compras. Nada de maquillaje porque luego era un día de semana en casa.
A su regresó preparó el almuerzo y se sentaron también juntos a la mesa conversando acerca de la familia y compartiendo opiniones sobre temas de actualidad.
Una vez terminado, dejó todo ordenado en la cocina y se fue a su escritorio, entró a su computador y se entretuvo por horas escuchando música, leyendo y escribiendo en su página personal, interrumpiendo solo para tomar el té.
Al anochecer y antes de ir a la cama, ya en ropa de dormir,repitió calmadamente el ritual de la mañana cepillando su pelo, limpiando su cutis, aplicando sus cremas, mirándose contenta en el espejo, hasta terminar masajeando cariñosamente sus manos y sus pies, los que envolvió luego en unas preciosas botitas de algodón y seda, impregnadas de aloe vera.
Abrió la cama, se metió delicadamente entre las sábanas, acomodó sus almohadones y se dispuso a ver TV a la única hora en que lo hace.
Casi a medianoche, quitó los almohadones, tomó su té de hierbas y besó a su marido después de compartir con él sus oraciones.
Pensó en lo afortunada que era de poder distribuir su tiempo como quisiera, dormir y levantarse más tarde, después de tantos años de madrugar cada día para estar en el trabajo a las ocho de la mañana. Recordando esos tiempos, sonriendo se durmió y acabó así su día....
María Elena Astorquiza V
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