lunes, 3 de febrero de 2020

Un día cualquiera en la vida de una mujer…

Tomó la toalla pequeña y con ligeros toques con sus manos, apretó y contuvo en ella su pelo empapado, luego la enrolló sobre su cabeza metiendo un extremo bajo la parte de ella que cubría su frente haciendo un turbante. Acercó una toalla grande a su cuerpo mojado y repitió su acostumbrado ritual de secado después del baño, la cara, el cuello, los hombros, los brazos, sus pechos, su abdomen, su espalda, sus glúteos, sus piernas y luego delicadamente los pies, envolviendo uno tras otro los dedos con la toalla. Se paró frente al espejo y sonrío a su imagen agradeciendo el nuevo día. Lavó con calma sus dientes y luego buscó en la canasta de mimbre que mantenía a un costado de su tocador, sus cremas y el suero con que nutría su piel cada mañana, aplicándolos sobre la piel de su rostro con ligeros golpecitos de sus yemas. Primero unas gotitas alrededor de los ojos, luego otras en las mejillas, la frente y el cuello, después la crema y enseguida, los mismos gestos aplicándose crema por todo el cuerpo con ligeros masajes hasta terminar humectando delicadamente uno a uno sus pechos con suaves y envolventes movimientos de sus manos, como si entre ellas acunara delicadamente a una paloma. Cogió entonces su perfume, ese de mañana, fresco y con aroma a mandarinas y pomelos y lo aplicó a ambos lados del cuello y entre sus pechos, sonriendo al sentir su grata fragancia esparcida en el aire.

Se envolvió en su bata de aterciopelada tela de color celeste, quitó la toalla de su cabeza y peinó sus cabellos suavemente comenzando con un gracioso peine de dientes enormes y acabando de acomodarlo con sus dedos.

Desayunó con calma junto a su marido. Revisó sus correos, leyó el diario, llamó por teléfono a su madre, la llamaron sus hijos y luego eligió su ropa y se vistió para ir a su clases diarias de gimnasia y quizás también, realizar algunas compras. Nada de maquillaje porque luego era un día de semana en casa.

A su regresó preparó el almuerzo y se sentaron también juntos a la mesa conversando acerca de la familia y compartiendo opiniones sobre temas de actualidad.

Una vez terminado, dejó todo ordenado en la cocina y se fue a su escritorio, entró a su computador y se entretuvo por horas escuchando música, leyendo y escribiendo en su página personal, interrumpiendo solo para tomar el té.

Al anochecer y antes de ir a la cama, ya en ropa de dormir,repitió calmadamente el ritual de la mañana cepillando su pelo, limpiando su cutis, aplicando sus cremas, mirándose contenta en el espejo, hasta terminar masajeando cariñosamente sus manos y sus pies, los que envolvió luego en unas preciosas botitas de algodón y seda, impregnadas de aloe vera.

Abrió la cama, se metió delicadamente entre las sábanas, acomodó sus almohadones y se dispuso a ver TV a la única hora en que lo hace.

Casi a medianoche, quitó los almohadones, tomó su té de hierbas y besó a su marido después de compartir con él sus oraciones.

Pensó en lo afortunada que era de poder distribuir su tiempo como quisiera, dormir y levantarse más tarde, después de tantos años de madrugar cada día para estar en el trabajo a las ocho de la mañana. Recordando esos tiempos, sonriendo se durmió y acabó así su día....

María Elena Astorquiza V

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