El ayer, lánguido marcó los pasos precisos. Suenan las campanadas y el reloj se detiene para esconder el tiempo en algún lugar obscuro de la casa, busca tus huellas pequeñas envueltas en pantuflas de cuero marrón claro. Las paredes susurran historias contadas en voz baja y mi vida sigue aferrada a unas zapatillas rojas secuestradas por una pálida flor amarilla empeñada en guardar el aroma de los años de encuentro,
El largo corredor, celoso, abraza para sí el traqueteo de un mecedor de madera roída aprisionado al piso gris pleno de rastros olvidados.
… allí está tu huella; la busco en la sombra creciente de la tarde, encuentro mi mano arrugada meciendo una cuna tejida de cordel sedoso que cobijó la herencia prometida ante Dios; unos cabellos dorados, una sonrisa rosada me hacen evocar tu silueta. Estás allí; tu aliento sigue atado a soles de muchos colores, bosquejos transparentes cierran tus espacios; nuestro final se volvió insonoro y tu mudez laceró el espíritu.
Mi cuerpo frágil de años cansados no soportó la ultima espina de la rosa muerta, ella, pequeña, punzante, marrón, cruzó el umbral de las nostalgias y sembró un puente ajado de óxido entre tu mano silenciosa y mi esperanza tenue de encontrarla.
No se si recordarás el espacio tibio que cobijó las palabras dulces; aún te recuerda el ventanal grisáceo de mis vigilas nocturnas.
¡Te sigo esperando!
Mi respirar ya no tiene la prisa de otras noches, ahora oigo latidos acompasados de fatiga y mi aire se asfixia con palabras vencidas.
Veo en la soledad la calle torcida, una novia retrasa su andar, un carruaje morado detiene su marcha, el aro extraviado se esfumó, la hilaridad de un pensamiento vago dibuja tu cuerpo en una playa sin palmeras, unas olas quietas de nocturnidad bañan tu presencia irreal, un llavero de ónix rodado brilla de falsedad; un lápiz ennegrecido de noches gastadas se desvela ante los espasmos amorosos extraído de las lágrimas ajenas.
He leído firmas de silencio, he visto poca gente, he apagado la luz amarillenta, mi amor agigantado enfermó de tristeza cuando los faros de cuatro colores atraparon tus noches de compañías incontables empeñadas en leer hojas de letra ilegible, mensajes prestados, caminos sin regresos, amaneceres sin albas.
La noche viajera te lleva mi palabra con un canto sin voz, aturdida por el caudal de un río seco de agua turbia, el manantial de ayer se quebró en mis manos de seda, arrugadas por las lunas inconclusas que giran en redondo por el cielo custodiado por el ángel de la lanza.
Mis palabras deliran, tu presencia no tiene rostro, mis fonemas borrados entrecruzan la incoherencia de mis sueños. Mi amor discreto cubre tu impecabilidad, sigo buscando tus pasos perdidos en la sombra iluminada, tu mano traslúcida cayó en el vacío de mi pensamiento eterno.
Creo oír tu voz en la distancia, la penumbra se adueña de las horas lejanas, mi aire tiene aroma de café, dos campanadas irrumpen el silencio del recuerdo, soporto el peso de la noche insomne y se que un lugar apartado cobija tu humanidad. Un sueño efímero vigila tu angustia en un lecho duro, una ilusión robada despertará tu mañana con un jardín vacío de pelotas coloreadas y un tiovivo trasladando cadenas ajadas de ausencias, callando el grito noctámbulo preñado de extrañas siluetas, impregnado de pasado. No despiertes, Aún no llega la luz del sol, con ella atravesaras el río silente de la rutina, ella plasmará tu silencio.
Mi delirio buscará tu mano en la sombra de los años...
Mariela Lugo
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