acariciaban mi rostro,
tú me creías dormida
y yo me dejaba querer,
fingiendo que dormía.
Centímetro a centímetro
tus suaves dedos recorrían
la concavidad de mis ojos,
mi nariz y mis mejillas,
el relieve de mis labios rojos.
Luego fue tu boca peregrina
la que acarició mis pechos
con la humedad de tus besos
y fue bajando lento mis colinas
hasta perderse en mi centro.
María Elena Astorquiza V.
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