y fueron tus besos tan suaves
como la tenue luz de la luna
que colgaba de las sombras.
Yo te acaricié en silencio
nombrándote lentamente
y acallando mis suspiros
en el bosque de tu pecho.
Cuando llegó por fin el alba
y alumbró nuestro lecho,
fui yo quien te besó dormida
pero con la fuerza del viento.
María Elena Astorquiza V.
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